domingo, 15 de agosto de 2010

Las favelas de Rio ahora tienen algo más de paz




















Pacificación. El plan oficial de control en barrios pobres beneficia a 200.000 personas

RIO DE JANEIRO | LA NACIÓN / GDA


Sonriente, la estatua de Michael Jackson que domina el morro de Santa Marta hace ya tiempo que no oye el silbido de las balas: el plan de pacificación de las favelas hizo que, en esta y en otras, hayan quedado atrás los días en que los narcos controlaban la comunidad.


Ubicada en la acomodada zona Sur de Rio, Santa Marta fue, hace año y medio, la primera comunidad elegida por las autoridades para ensayar una nueva estrategia en la lucha contra el narcotráfico: la liberación permanente de los territorios ocupados por el crimen organizado.


A sus 60 años, Francisco Justino se acerca cada mañana a "saludar" a la estatua del desaparecido artista estadounidense en un mirador del morro. Jackson grabó allí en 1996 el videoclip "They don`t care about us", lema que bien podría resumir el sentimiento del millón y medio de personas que, como Justino, se hacinan en las cerca de 1.000 favelas encastradas en los boscosos cerros de Rio. "La pacificación es lo mejor que le ha pasado a Santa Marta -cuenta Justino-; aquí, antes, había mucha violencia y ahora la gente vive tranquila".


La violencia de la que habla Justino dejó huellas palpables en algunos puntos de la favela. "Ahí estaba el `cuartel general` del Comando Vermelho". Antonio Guedes, dirigente de la Asociación de Residentes de Santa Marta, señala hacia una pequeña plaza en la zona alta del morro donde solían reunirse los capos locales que controlaban hasta noviembre de 2008 esta favela de cerca de 10.000 habitantes.


En el muro donde ahora se alza una delegación de la Unidad de Policía Pacificadora (UPP), todavía se aprecian los balazos de la batalla campal que precedió a la pacificación. "La zona alta del morro era la más caliente de la favela, desde donde los narcotraficantes podían controlar las incursiones de la policía o de grupos rivales", explica Guedes, que sólo tiene elogios para el programa de pacificación del gobierno estadual.


Un programa que, sin embargo, en su primera fase tiene muy poco de "pacificador". Las tropas de elite del Batallón de la Policía Militar (BOPE), tristemente célebres por aplicar la táctica de Pancho Villa (primero dispara y luego averigua), irrumpen en las favelas con el apoyo de helicópteros y caveiraos (carros blindados). Los agentes del BOPE -armados para combatir en una guerra convencional- "limpian" la zona durante las primeras 72 horas en busca de los jefes de las bandas de narcotraficantes. Aquellos capos que no han huido antes de la invasión suelen caer en las refriegas con el BOPE o son detenidos.


Esa militarización de la comunidad se prolonga durante uno o dos meses hasta que se extinguen todas las bocas de fumo (puntos de venta de droga), de la favela. Con el camino despejado, es el turno para la entrada en acción de la UPP, una fuerza de ocupación que, al contrario del BOPE, suele dar los buenos días antes de actuar. En Santa Marta, hay desplegados 120 agentes "no contaminados" (sin relación con el BOPE), que realizan un trabajo comunitario, de aproximación a los vecinos, mientras patrullan permanentemente el territorio "liberado". Para completar el programa, la "pacificación" va acompañada de inversiones en infraestructuras, mejoras en los servicios de salud y educación y hasta de una cobertura de Internet inalámbrica.


"REVOLUCIÓN". El programa de pacificación fue impulsado por el gobernador Sergio Cabral, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), aliado del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, después de haber dado varios bandazos en su política de seguridad con resultados nefastos. "Apenas asumió, Cabral se embarcó en una campaña a sangre y fuego contra las bandas de narcotraficantes, pero no logró reducir el poder de las milicias en las favelas; después de ese fracaso, cambió de estrategia", apunta el sociólogo Ignacio Cano, investigador del Laboratorio de Análisis de Violencia de la Universidad del Estado de Rio de Janeiro.


Para Cano, la estrategia de pacificación es toda una "revolución" en la política de seguridad de Rio: "Tuvimos en el pasado alguna experiencia similar, pero no llegó a funcionar; el objetivo principal de las UPP es acabar con el control territorial de los grupos armados, y eso se está logrando". Carlos Costa, de la ONG Viva Rio, que lleva 17 años trabajando en las barriadas marginales de la ciudad, comparte esa visión: "La principal ventaja de este modelo es que puso fin a la política de exterminio anterior".


Ahora, a casi 2 años del inicio del modelo, celebran el cambio de paradigma en el combate al crimen organizado: "Este programa es para toda la sociedad; es una política de Estado, no de gobierno", señala el secretario de Seguridad de Rio, José Mariano Beltrame.


DESCONFIANZA. Las estadísticas de inseguridad ciudadana en Rio todavía estremecen: más de 6.000 muertes violentas al año, aunque el número de homicidios ha caído un 15% en el último año. La policía carioca continúa siendo la que más mata del mundo. Tanto plomo anda suelto allí que cada 48 horas alguien resulta herido o muerto por una bala perdida.


Esa brutalidad policial ha llevado a vecinos de las favelas pacificadas a mirar con desconfianza a los ocupantes uniformados. "Antes de la entrada de las UPP también se vivía tranquilo", cuenta en voz baja Michelle, empleada del bondinho que conecta la parta baja y alta de Santa Marta. "La diferencia es que ahora hay más trabajo para la gente de la comunidad."


Las reticencias de algunos vecinos tienen que ver con ciertos abusos policiales que aún se cometen en las favelas. "Yo he visto a algunos policías maltratando a los jóvenes sólo por su aspecto, les pegan y les rocían con gas pimienta", afirma un comerciante de Pavao-Pavaozinho, una favela pacificada a fines de 2009 y que levanta sus miserias en los cuartos traseros de las sofisticadas playas de Copacabana e Ipanema. En la barra de su puesto de refrescos, dispara sus críticas: "No respetan a la gente, esa es la verdad". "Ahora el barrio está tranquilo, pero antes también; si uno no se metía con los narcotraficantes, ellos no se metían contigo", abunda un cliente.


El sargento Junior Mendes, uno de los responsables de la UPP en esa zona, donde hay desplegados 170 agentes, sabe que los recelos de los vecinos no desaparecerán de la noche a la mañana. "Esa confianza lleva tiempo, lo estamos logrando poco a poco; nosotros tratamos de ayudar a los vecinos, pero también les pedimos que nos digan si han visto a alguien traficando: algunos colaboran y otros no, por miedo a represalias de los narcotraficantes o porque antes colaboraban con ellos", explica.


Desde la ONG Viva Rio, el experto Carlos Costa refuta las críticas de algunos residentes: "Hay todavía conflictos entre los vecinos y la policía, pero la diferencia es que antes había ejecuciones y ahora, algunos abusos que pueden ser denunciados".


La pregunta que nadie se atreve a responder sobre el nuevo modelo de seguridad es qué pasará cuando las UPP emprendan la retirada. ¿Volverán los narcotraficantes a imponer su poder paralelo? "La policía llegó para quedarse", afirma Beltrame. "Lo importante es ir liberando territorios", coinciden Cano y Costa.


Otros expertos, como Luiz Antonio Machado, de la Universidad Federal de Rio, consideran que esa estrategia de ocupación permanente podría derivar en "un control autoritario de la policía sobre las capas más desfavorecidas de la sociedad". Otro efecto perverso del proceso es la "migración" del crimen organizado hacia otros barrios de la ciudad.


El complejo de Alemao, en el Norte de la ciudad, es refugio de maleantes. Allí han recalado muchos de los narcotraficantes que lograron huir antes de que el BOPE "limpiara" sus comunidades. Por ahora, es terreno vedado para la policía. "Hasta que se produzca la pacificación, que va a llegar pronto", advierte Costa, que reconoce que el gobierno está priorizando la zona dorada de Rio, con vistas a la celebración de la Copa del Mundo de fútbol en 2014 y de los Juegos Olímpicos en 2016.


La previsión es que en esas fechas unos 60.000 agentes de las UPP patrullen en más de 70 favelas, las más violentas de la ciudad. Para entonces, tal vez, en los cerros de Rio habrá muchas estatuas sonrientes y muy pocos fusiles.


UN MODELO QUE QUIEREN EXTENDER
El plan de pacificación de las favelas fue impulsado por el gobernador de Rio de Janeiro y beneficia a 11 barrios donde viven más de 200.000 personas. Primero entra en la favela un batallón de la Policía Militar, que acaba con los puntos de venta de droga. Luego la Unidad de Policía Pacificadora se encarga de mantener la paz. Los candidatos presidenciales quieren extender el plan a todo el país, pues además de la progresiva normalización de la situación, el proyecto revaloriza la vivienda de esas zonas entre el 50% y el 100%.


La cifra
6.000 Es la cantidad de muertes violentas que hay por año en Rio. Cada 48 horas hay un herido o fallecido por una bala perdida.

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